jueves, 1 de mayo de 2014

Mi experiencia en la escuela de vuelo Rafael Lupetti - Primera entrega

Quisiera iniciar este post rindiendo un sentido homenaje a la memoria del Señor Rafael Lupetti, quien partió de este mundo terrenal para esperarnos en las nubes. A Rafael Lupetti, un gran hombre, un buen padre, un excelente piloto y un amante de la aviación.

Llegué a Buenos Aires el 8 de abril de 2011 con una enorme maleta llena de sueños, emocionado porque al fin la espera había terminado. Luego de 7 años había llegado la hora de iniciar una de las etapas más esperadas de mi vida: convertirme en Piloto Comercial de Avión.

En el aeropuerto internacional de Ezeiza me esperaba un representante de la escuela de vuelo Rafael Lupetti, en adelante "la escuelita". Lo primero que impacta al visitar Argentina por primera vez es el acento porteño (clásico argentino de Buenos Aires). A pesar de haberlo escuchado muchas veces y de bromear con él, cuando lo escuchas en persona y lo lees por todas partes (publicidad, televisión, etc.) sientes que verdareamente has llegado a Argentina.

El lugar de destino era la provincia de La Matanza que pertenece al Gran Buenos Aires. Llegamos a Gregorio de Laferrere. Se evidenciaba el estrato social del sector en las casas, calles, buses de transporte público que circulaban, la limpieza en general. Tal cual como me lo habían advertido, no era el mejor de los sitios... pero para mí, era el lugar que Dios había preparado para hacer realidad mi sueño.

La escuela era lo más sencillo del mundo: una casa con varios dormitorios, baños de uso común, cocina grande (con parrilla para los típicos asados argentinos que nos acompañarían los próximos 8 meses), taller de mantenimiento y hangares, oficina, y como 15 perros de todas las edades y tamaños, de los cuales íbamos a hablar el resto de nuestra estadía, pues los chismes y las historias eran sobre los perros, de cómo funalito mordió al otro, de cómo una quedó embarazada; cada alumno tenía su perro favorito y algunos osados dormían con ellos en las camas a falta de compañía femenina, supongo, yo :)

Mis compañeros de vivienda eran peruanos en su gran mayoría, un colombiano de Bucaramanga, un chileno, y ocasionalmente ecuatorianos que venían por temporada. También vivían en la escuela dos pilotos de seguridad que en pocos meses obtuvieron la licencia de Instructor de Vuelo.

Casi que de inmediato, el mismo día de mi arribo, me presentaron con el Director de la escuela (Rafael Lupetti, q.e.p.d) quien muy cordialmente me habló un poco sobre cómo sería el proceso en Argentina, vuelos, etc, y en ningún momento mencionó nada de dinero. Sobre el dinero hablé con su hijo mayor, con quien acordamos el precio por los paquetes de horas de vuelo en los diferentes aviones: tren triciclo y tren convencional (patín de cola). Para el final del curso había volado más de 50 horas en tren convencional y unas 200 en tren tricilo pues eran los más disponibles por ser un poco más caros que los convencionales. Más adelante hablaré sobre mi experiencia con los diferentes aviones.

En Argentina no se requiere un curso obligatorio de tierra para la licencia de Piloto Privado de Avión. En la escuelita me dieron un libro con conocimientos básicos de aerodinámica, navegación y meteorología. Con ese material y los conocimientos previos me fue suficiente para completar la primera etapa, de Piloto Privado de Avión.

En mi primera conversación con el gran Rafael Lupetti le comenté que yo había logrado obtener licencia de Piloto Privado en la Federación de Rusia pero que no la había apostillado, razón por la cual no podría pretender a una homologación en Argentina. Sin embargo, Rafa me dijo que no me preocupara, que volara unas horas para que me adaptara al espacio aéreo, a la escuela, en fin, y que luego veíamos qué se podía hacer para agilizar un poco mi proceso. Esto quedó entre nosotros dos.

El primer día de vuelo salí con un instructor muy bueno de la escuela. Los alumnos nuevos presentan una dificultad normal al tratar de acostumbrarse que el control direccional de la aeronave en tierra se realiza mediante los pedales, y obviamente yo ya había superado esa etapa...cosa que internamente tenía sorprendido a mi instructor (que no sabía que yo era piloto ya)...luego en el aire...ejercicios sencillos de cambio de rumbo, de control de rumbo, ascensos, descensos...y el instructor seguía llenándose de asombro...para el aterrizaje se requirió un poco más de su intervención, pues en esa época operábamos en el aeródromo de San Justo, más conocido en el argot como "el portaviones", y no precisamente rodeado de mar, sino de ¡casas! -no había chance para una aproximación frustrada...y la distancia útil de la pista para el aterrizaje no era mayor a 500 m- Esa aproximación requería de ciertas habilidades especiales que yo adolescía en ese momento, pero que muy pronto terminaría por dominar. Una vez en "plataforma Lupetti" recibí una palmadita de mi instructor y un "¡muy bien che!".
Creía que ahí había terminado todo con mi instructor, pues no me dijo nada más ese día...pero no fue sino hasta un par de días después que escuché de otros compañeros que él (mi instructor del primer vuelo) comentó con sus demás colegas del nuevo "prodigio" de la aviación que era ese gordito colombiano...jajaja, porque nunca había visto que un alumno nuevo, en su primer vuelo, tuviera tanto dominio de la aeronave :) Halagado por el comentario y con deseo de haberme guardado el secreto, pero reconociendo que no era lo más honesto, le comenté en privado que yo no era tan novato como le habían hecho pensar...un par de risas, otras palmaditas en la espalda, y la historia pasó a ser anécdota de la escuelita.

Una de las mejores cosas de la escuelita era el poder levantarte a las 6 a.m., alistarte rápidamente, ayudar a sacar los aviones del hangar -donde estacionaban milagrosamente más de 5 aeronaves con separación milimétrica y con ayuda de toda clase de maromas- llevarlos a la plataforma (entiéndase como un espacio justo en frente de la terraza de la casa donde se sentaban los instructores a tomar mate y los estudiantes aguardaban ansiosos la llegada de la aeronave donde emprenderían su sesión de vuelo), chequearlos y si tenías turno con instructor dejarlo listo para que cuando este llegara no perder ni un minuto sino salir a vuelo en el acto de la instancia. Era como tener el avión en el garaje de tu casa, listo para cuando lo necesitaras. Y qué panorama tan hermoso contemplar 10 (y a veces más) pájaros de metal alineados en plataforma, de todos los tipos, para todos los gustos, esperando a los pilotos que con esfuerzo y dedicación hacen su sueño de volar una realidad.

En esta primera entrega de mi historia en Lupetti quiero darle una especial mención a mi primer amigo piloto, a mi piloto de seguridad, quien me acompañó en los primeros cruceros, quien me enseñó técnicas de vuelo esenciales, y quien, con un poco de irresponsabilidad mútua, me introdujo en las primeras maniobras tímidamente acrobáticas: Raúl Coello Cobos. Donde estés amigo, y espero que sea en un avión fumigador como siempre lo soñabas, recibe un fuerte abrazo y mi mayor gratitud por esa hermosa amistad durante mi estadía en Argentina.

Raúl y yo en vuelo a Chascomús. PA-38.

Espero, pronto, contarles un poco más...de lo mucho que hay que contar, sobre mi experiencia en la Escuela de vuelo Rafael Lupetti.

Saludos.